20.6.07

EL OTRO LADO

Reseña
"Gato encerrado"
Enrique Jaramillo Levi
9 Signos Casa Editorial
Panamá, 2006


Por Mónica Lavín

Enrique Jaramillo Levi visita México donde vivió doce años, su segunda patria después de Panamá, o su tercera porque la república de las letras es claramente el territorio que habita desde la década del setenta, cuando fue becario en el centro Mexciano de Escritores y bajo la tutela de Juan Rulfo y Salvador Elizondo armó su primer libro de cuentos: Duplicaciones (1973) -publicado en México, España y en Estados Unidos-. Que un libro de cuentos de Jaramillo Levi se titule Gato Encerrado, como el que hoy nos reúne, es una muestra de su poder para nombrar, de su virtud para la concisión y la síntesis, de su vena poética, de su orfebrería cuentística que ha mamado la fórmula hemingwayana de economizar y sugerir. Pienso en otros títulos acertados entre sus obras como En un instante y otras eternindades, Conjuros y presagios, Para más señas, La agonía de la palabra, etc. Autor productivo, versatil e intenso cuenta que en los últimos años ha sido presa de un fervor creativo: tres libros de cuentos en un año. Viejo conocedor del oficio, ha permitido que la pasión de la alimaña se mude con él para que lo habite con más frecuencia. Aún así contínua las tareas que realiza con brío y eficiencia: la promoción, la enseñanza y la edición, la coordinación del área de Difusión Cultural de la UTP, la dirección del diplomado en Creación literaria en dicha universidad, la coordinación el Premio Rogelio Sinán para autores de centroamérica que año con año promueve dicha universidad alternando poesía y cuento, y como fundador y miembro de 9 Signos Casa Editorial que en solo un año ha publicado diez títulos tanto de cuento como de poesía, que ha logrado colocarse exitosamente en la escena librera panameña. Asombra que alterne con tanto acierto los malabares de la formación y difusión literarias, con la tarea creativa personal. Gato Encerrado es una muestra de ello.

En este volumen, el autor reúne 33 cuentos de variada extensión, en su mayor parte breves y contundentes. Pareciera que en el terreno a contrapelo del espacio y el tiempo, Jaramillo Levi caminara con la soltura de un alpinista que gusta de los escarpados, de los estrechos salientes, de las aristas y el borde de las grietas. Sabe sortear los abismos y no cede a los influjos del exceso de palabras. Su prosa es elegante, contenida, salpicada de metáforas que se atrancan en el ánimo lector y en la memoria de quien anda sediento de maneras de decir. En este volumen de cuentos se aprecia la más reciente exploración en la factura de cuentos de Jaramillo Levi; si antes navegaba en las aguas de lo fantástico ahora se oberva un realismo que puede rayar en lo crudo y en lo humorístico o atender esa constante en sus exploraciones literarias: el erotismo (o ambas). En este libro se observa también su inclinación por la veta metalieteraria, por jugar con los planos del proceso creativo y con el propio proceso; esa multiplicidad de personas que se es cuando se escribe -el autor, el narrador, los personajes-, esa variedad de espacios: el de lo narrado y desde donde se escribe, ese continuo donde los límites se han perdido y lo contado y el que cuenta se funden.

Las fronteras y su difícil delimitación, la posibilidad de cruzar de un lado al otro, sea el cuerpo, la mirada, el texto es tema presente en casi todos los cuentos de Gato encerrado. Abre el cuentario “Tiempo de arañas”, donde esa obsesión por la presencia de los arácnidos (a la manera de “La migala” de Arreola) ocupa la habitación y el espacio del sueño de donde salen, o a dónde regresan las arañas, el soñante no lo sabe. O la pieza extraordinaria que es “El aleph de la mirada” donde la mirada de él y ella son tan intensas que él al mirarla deja sus ojos en los de ella y puede mirarse alejando de ella, ella en cambio se ha quedado en los ojos de él que lo mira quedarse siendo ella. Un juego donde la literalidad de “quedarse prendido a sus ojos” es llevada a su consecuencia extrema en un juego fascinante de miradas que se pierden, divagan, penetran, permanencen.

La identidad sexual es frontera que se traspasa cuando un hombre se mira en el espejo y se ve mujer, hasta que acaba por pasar del otro lado para ser ella o él a capricho en el cuento “Otra vez el espejo”. Esta condición de doble corporalidad es elemento de seducción de su mujer quien al principio rie cuando él le pregunta: ¿tú que ves en el espejo?. El espejo como elemento que devuelve la imagen de uno mismo idéntica pero invertida; es con esa inversión con la que juega Jaramillo Levi para adentrase en la multiplicación de posibilidades con ese juego masculino, femenino que se manifiesta en la bruñida superficie del espejo que tan pronto es sólida impenetrabilidad o líquido orificio por el que se puede estar del otro lado. Como aclara el narrador “Y algunas veces, nos cuenta la Literatura -que como se sabe en el fondo nunca miente- que hay quienes entran y salen de su ámbito como Pedro por su casa, como si en ello no exitira impedimiento alguno de orden material”. Jaramillo Levi explora el otro lado de las cosas, el gato encerrado, lo misterioso para exponerlo provocándonos o haciéndonos partícipes de lo inexplicable y delicioso.

Por ello escribir sobre la escritura misma, entablar ese diálogo interno con el papel y el proceso y hacer con ello un cuento donde prevalezcan las particualridades estructurales y reveladoras del género, es también tocar el otro lado. El otro lado de la página impresa. Por eso en “Cuestión de perspectiva” el despertar de un escritor se funde con su deseo de atrapar ese preciso momento donde lo nebuloso comienza a definirse, luego acude al bar donde idea a una mujer que despierta en aquel lugar sorprendida de haberse dormido sobre la barra y deconociendo que ahora forma parte del mundo de la ficción que “permite crear todo lo que en algún sitio ignoto pugna por existir”. Metaliteratura que tan pronto es lección de escritura, imprecisión de bordes, para que lo soñado (el cuento) sea parte del sueño de alguien a la manera Borgiana, y sea una realidad más real que la propia, en una suerte de principio: la realidad del escritor es su ficción.

Si hubiera que acercarse a las obsesiones literarias de Jaramillo Levi, a sus temas recurrentes, el cuento “Otra vez el tiempo” trenzando géneros da cuenta de los espejos, los sueños y el tiempo, como temas del ensayo que escribe el personaje que opta por elaborar un cuento de cuya trama es víctima en un sólido control de los elementos narrativos. Un cuento de gran astucia donde la hibridez de géneros y el trasbase de los límites están logrados con un zurcido invisible, en un juego donde nosotros lectores somos ingredientes previstos de la trama. El tema de la escritura habita otros tantos como “El riesgo” (donde se atiende el despropósito del trabajo ante la ingratitud de la escena editorial) o Adán (donde un hombre recupera la memoria escribiendo. De alguna manera escribiéndose es.) ¿Otra vez el espejo? Esta vez la página escrita es el espejo que devuelve la imagen y el nombre. Nombrar es crear, parece insinuar Jaramillo Levi.

Los espacios de las historias de Jaramillo son propios de la ciudad, de lo cotidiano y lo íntimo que podrían ocurrir en cualquier lado. Los mundos a los que nos va llamando el autor se miran por la cerradura de una puerta, por la pupila de un ojo, por el sexo de una mujer. Su escritura tiene esa carga óptica que combina el reflejo, con el acercamiento, una especie de zoom in, y un alejamiento que nos sacude y coloca un mundo bajo una nueva perspectiva. Un mundo ancho visto con el telescopio incisivo y discreto del vouyerista. De pronto son los nombres de las calles los que remiten a un espacio geográfico específico, pero el color local no es preocupación del escritor porque sus cuentos atienden con mayor ahíncos los espacios de la mente, las ideas y su debate con el juego, la realidad real y la ficticia, el reflejo, el cuerpo. Aunque allí está Colón, la ciudad natal de Jaramillo, y el parque Andrés Bello de la ciudad de Panamá en aquel cuento de los pericos donde el personaje espera en una banca atestiguar el momento en que el parloteo, casi música, de los pericos cesará. Pero de pronto se queda dormido y al despertar el silencio lo ha cubierto todo. Las palabras con las que cierra este cuento, parecen subrayar la esencia que recorre como un hilo fino y huidizo (el mismo que sostienen entre los dedos en la foto de la portada) el conjunto de historias. Un hilo que va de una mano a otra. Ese pasar al otro lado inadvertidamente.

Le peor es nunca saber ya cuando me pasó (no cómo, eso par anada interesa), si anets o después que se marcharan los pericos; si antes o después que cesó el hermoso escándalo de su parloteo. No saber tampoco el momento ni la manera en que desapareció finalmente aquella música divina de las invisibles aves. Doble fracaso. Porque creánme, hay cosas que uno quisera saber antes de pasar al otro lado (a éste). Cosa que aprecen nimiedades; acaso obsesiones, manías, ya lo he diho antes (tal vez lo son), pero que uno debe resolver a tiempo. A resigo, si no lo logra de quedarse varado para siempre en el limbo infinito de la frustración...


Cuando uno concluye la lectura de Gato encerrado, que como permiten todos los libros de cuentos se puede leer de manera caótica y en el orden caprichoso que cada lector imponga, hay la certeza de que en este libro hay, efrectivamente, gato encerrado, que hay más de lo que aprentemente hay, como es propio del cuento, porque Jaramillo Levi nos ha provocado con la sutileza y elegancia de su prosa, con la manera en que lo cotidiano se convierte en insólito, lo ordinario en extraordinario. Así cerramos el volumen y estamos del otro lado, ha vuelto el silencio y extrañamos el parloteo de los pericos, no queríamos que cesara. Por eso volveremos al parque a sentarnos en la banca con un nuevo cuentario para dejarnos otra vez atrapar por el sonido “dulcemente sincopado” de las palabras y las historias construidas con la astucia poética del narrador eficaz que es Jaramillo Levi.

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